18 julio, 2010

Muerte y Resurrección

De baldosas de piedra blanca estaba hecho el suelo del lugar de mi muerte y resurrección. Pilares como lo de los oráculos de los griegos, o quizás era uno de esos, porque estaba ubicado en un monte no tan alto, rodeado de un valle mediterráneo. Era mediodía y ahí estaba acostado boca arriba, observando cómo se acercaba mi muerte, tranquilo y en paz, porque al lado mío estaba un elefante, que me sonreía y transmitía la sensación de que era lo que tenía que suceder, que para seguir viviendo necesitaba una muerte (una de tantas). También me acompañaba una viejecita sabia, estaba apoyada de un báculo sencillo de madera, vestía telas livianas, sus ojos eran cálidos y su rostro risueño, juguetón. De pronto una llamita sale de mi pecho, y muero, me transformo en un observador del cadáver, aunque también puedo estar observando desde dentro del cuerpo, y llamo a seres que vengan a devorarme. La tarde noche comienza a caer, la anciana prende antorchas porque alrededor se aglomera una tribu que observa y me da miedo, así que ella hace un círculo de luz y nos protege, y mi elefante se pasea mostrando su autoridad. Llegan una especie de aves humanas, supongo que serán gárgolas, y con sus hocicos desprenden pedazos de piel y se van volando, llegan buitres, hombres caníbales y muchos ratones grandes y negros, a comer la carne de ese muerto que era y que no era yo, porque yo miraba esto al comienzo con temor, luego con asombro y después con una veneración de esta ceremonia que se estaba realizando en este monte sagrado y que también estaba sucediendo en otro monte lejano. De mi cuerpo ya casi solo quedaba el esqueleto, así que pequeñas hormigas entran en fila y desgarran pedacitos de carne para luego con el soplo de fuego que salía por la boca de la abuela terminar de calcinar hasta el último vestigio de mi cuerpo, dejando el esqueleto ahí, concluyendo mi propia muerte, entrando al silencio, absorbiendo el vacío el tambor de mi corazón se apaga, cambio de forma, cambio de forma, cambio de forma.

No transcurre mucho tiempo, de hecho comienza a aclarar y el lugar poco a poco el lugar va tomando colores nuevos, brillantes. Durante la ceremonia de muerte y hasta ahora estoy acompañado por la abuelita, mi viejecita sabia, y el elefante con quien en poco tiempo hemos hecho una buena relación. Aún siguen ahí mis huesos, pero no por mucho, porque el rocío de la mañana, la luz, la tierra y la vida entera comienzan a manifestarse a su ritmo. Enredaderas salen de entre medio de las baldosas y comienzan a enredarse entre mis huesos, de sus capullos brotan hermosas flores, unas pasifloras, y otras naranjas de hojas alargadas, la vida surge y la anciana comienza una danza como zorba el griego (no por el tipo baile, sino por la sensación que me producía su danza) y salta de un lado a otro, ágil y vital, mientras que el elefante se para en dos patas y de su trompa produce sonidos de trompeta, festejando el nacimiento, danzando por el ciclo de la vida que nunca acaba, de la muerte y la resurrección de todo, de los complementos de vida y muerte que hacen de todo un uno eterno. Observo toda esta ceremonia, la continuación de la noche oscura, y solo río de felicidad, viendo como mi cuerpo nuevamente adquiere vida, como se compenetra con lo vivo, directamente como se enreda con estas enredaderas que son los hilos con que teje la madre tierra. Pido a los seres que reconstruyan mi cuerpo, que siga esta fiesta, y comienzan a aparecer ardillas con piedras en las manos y las van haciendo mi carne, aparece un oso y me cubre de miel, mi piel. Cuando de pronto, sin quererlo, me alejo del monte, y comienzo a subir hasta los cielos, tanto que salgo a la estratosfera, tanto que la tierra se empequeñece, y observo un tornado de luz que está entrando del universo entero a esta pequeña y acompañada tierra. Nuevamente empiezo a regresar hasta el monte de mi nacimiento, y asombrado miro como este tornado de luz comienza a entrar en mi pecho, ahora comprendo eso del soplo divino…, porque ya mi reconstrucción estaba lista, mi piel y cabellos y mi forma original eran las de antes (aunque la sensación era completamente de renacimiento, de ser nuevamente), e incluso me paro, pero tengo la sensación de moverme sin voluntad, hasta que termina de entrar este gran tornado de luz y recupero la sensación de ser, mi almita que salió pequeña y entro grande. Ahora si estoy nuevamente dentro de mi cuerpo, y observo la danza de la vieja y el elefante, y feliz quiero abrazar y agradecer a mi vieja sabia, que danzarina y juguetona cada vez que la quiero abrazar se desmaterializa, jugando a lo mismo que para mí había sido una ceremonia intensa y tremenda, ella lo hacía con un goce maravilloso, la intento abrazar varias veces y no lo consigo, hasta que entiendo su mensaje, así que ya que mi cuerpo era nuevo y había pasado por todo esto, me propongo disolverme y rearmarme tal como la anciana, me resulta y la sensación es de felicidad profunda, porque era entender lo fugaz, lo transitorio y la felicidad del cambio, de la transformación continua del ser. Había aprendido a hacer esto, mi viejecita sabia sin palabras me transmitía su conocimiento, no sé porque pero me dan ganas de intentar volar, siempre había querido hacerlo así que por qué no, y simplemente me elevo y vuelo por los aires recorriendo este hermoso valle.
Regreso acá, ya no soy el mismo y los tambores aún continúan sonando.

3 comentarios:

  1. Buta k tan lindos los dias!!!!!!
    y tu blog tbn,.

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  2. cuando se crea un microclima que inunda la ciudad, las nubes se mueven rápido, el calor es misterioso y podemos disfrutar de lo simple que estar recostados en el pasto mirando lo lindas que son las ramas desde abajo, es ahí justo ahí cuando tenemos la anhelada estabilidad...
    Hay algo más allá definitivamente hay algo más allá, pero nosotros estamos acá y tenemos nuestra casa bajo una frazada donde soñamos, reimos y juntamos nuestro meñiques, eso vale mucho más que descubrir que hay más allá.
    Coincido con que los días, nuestros días están bonitos y que tu blog también, pero agrego lo lindo que llegas a estar tu cuando me miras a los ojos, me sonries o te refugias en mis piernas.

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