12 octubre, 2009

Esos diálogos posibles

De repente me pregunta a qué se refiere con ciudad interior, ¿es algo que le esta pasando a su cabeza? no acerté a responderle nada, solo me puse rojo y la mire de reojo, -ehh, bueno… Cuando voy leyendo en el metro lo hago porque no hay paisajes ni nada que mirar, salvo esa tubería con luces y anuncios para que no se note lo gusanos que somos andando bajo tierra. La cosa es que no entendí la pregunta porque el libro se llama la ciudad anterior, y no me logre explicar en ese momento si había sido un lapsus o era una pregunta retórica para poder empezar a entablar una conversación que por mi primera disposición de silencio y monosílabo ella sabía que iba a terminar en un monólogo. - ¿Es una ciudad interior, pero físicamente, o sea la ciudad física, a eso me refiero?, y sigo sin saber que responder y solo atine a decirle que el libro era re bueno, que estaban bien construidos los personajes (una frase que se supone impresiona porque expresa que uno sabe de lo que esta hablando) y que me parecía que esa ciudad interior era la cabeza del personaje principal, y que no podía salir de esa ciudad física porque ya el desgano y el hastío lo había dejado sin siquiera la voluntad de elegir su destino. Ahora, no tengo idea porque le dije todo eso, porque la verdad es que no pienso que le haya dicho nada sobre la ciudad anterior, el libro de Gonzalo Contreras, sino más bien que le hable de su ciudad interior, y le confirme el libro imaginario que a esta altura estábamos creando en esa pequeña conversación de tres estaciones de metro.
Me dice que es profesora y que esta trabajando en escribir cuentos para niños. Me alivie que la conversación empezara a ir a un terreno más neutral, porque hablar de uno en tan poco tiempo sabiendo que nunca nos íbamos a volver a encontrar siempre da el espacio para la mentira piadosa y las frases para el bronce, y una opinión sobre cualquier cosa es siempre un riesgo. Me pregunta que qué hago o si estudio y le digo que soy psicólogo, y su expresión cambia y me dice que linda profesión, como si uno fuera la Madre Teresa para que sea tan linda profesión, pero debe haber sido porque de verdad sentía cariño por los niños. Su expresión era tranquila y las arrugas me decían que su vida había sido de hartas risas y pocos llantos. ¿Te gusta leer?, ¿lees mucho?, y me río nerviosamente y le digo que sí, mientras todavía estoy pensando en aclararle que el libro se llama la ciudad anterior, y de hecho saco mi mano del título para que se de cuenta del error, haber si todo vuelve a empezar de nuevo, pero ella me dice que tenemos cosas en común y pasa de largo el gesto. Y si ya estaba ahí sin querer irme porque la señora era bien simpática, le digo que encuentro bonito el hacer cuentos para niños, que trabajo con niños y que le recomendaba un libro, el tesoro escondido, o la ventana hacia los niños, principalmente porque la mitad de los libros eran transcripciones hechas de los propios niños, y de cómo perciben el mundo desde la fantasía y el juego, -ahh, que interesante, que lástima que no tenga papel y lápiz para escribirlo, pero me acordaré (ahora que lo pienso era bien raro que ambos, se supone que escritores no anduviéramos con nada para escribir) y ya el encuentro se alarga y la señora me indica que el viejo de al lado tiene un lápiz en su bolsillo (que seguramente estaba participando de esa conversación como espectador expectante), así que le damos la bienvenida al fugaz encuentro y le pido el lápiz, anoto los libros y la autora, y la señora (que quería preguntarle el nombre y decirle que también escribía) dice algo así como que era lindo esto de conversar con las personas y que se genere un contacto, asentí y compartí la opinión, y ya la despedida fue el termino del viaje, me quería dar la mano, como cuando me saludan como “doctor”, pero le di un beso en la mejilla, le sonreí y le di la mano, deseándole suerte en su libro de niños, le dije que ojala que leyera esos libros porque para escribir para niños hay que volver a serlo.
Y el señor de al lado, se saca los lentes oscuros y me mira –¿Qué libro estas leyendo?, la ciudad anterior, y me dice, -ahh, bueno puede que sea el mismo autor, y la misma ciudad, porque yo leí una película que se llama la ciudad de dios, igual que tu libro.
Ahí me di cuenta que el deja vu existe, o que en realidad da lo mismo que cresta uno lea, o que cada uno quiere escuchar lo que quiere escuchar, o que en realidad puede que tenga problemas de dicción, y ya no me preocupe por decirle que mi libro era la ciudad anterior, porque a esta altura ya no sabía que libro estaba leyendo, y si los personajes estaban afuera o adentro de la ciudad, o quizá en esos dos encuentros posibles.
-Si, si leí esa película, es este mismo libro que estoy leyendo, la misma ciudad, y es re buena película, ambas ciudades se parecen. ¿Simpática la señora, no le pareció?, -sí. -Bueno, adiós, que este bien.

8 comentarios:

  1. =)
    Muy buen cuento para leer a las 2:55 de la noche después de viajar una hora en micro sin nada para leer. Un abrazo nachito

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  2. hahaha, depende, temuco puede ser la ciudad anterior ahora, y la interior el ojo en la billetera, por ejemplo. las alternativas son infinitas, un abrazo!

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  3. leer este blog siempre me trae mucha gratitud.
    pienso que es una ventana a una mente hermosa,
    un scherzo en palabras!..
    gracias por deleitarnos con tus creaciones..

    un abrazo..

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  4. Que importa que ciudad es...la anterior,la interior,la ciudad de dios o quizas las ciudades invisibles....

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