13 julio, 2009

Diálogos


El mar me dice:
Tienes tanta tinta tentadora,
que no se te derrame
en mi océano lunar.

El pulgar me dice:
Tengo un laberinto y una huella,
si te concentras solo en mí
minotauro de fuego,
te pierdes,
si miras solo hacia fuera,
te pierdes
en el aroma del delirio.

El árbol me dice:
Soy tu espejo,
y la corona de Cristo
es el nido de pájaros,
errantes.
Los frutos un parpadeo
y la raíces
manos en el barro.

La roca canta pasiva.

Mi oído llora resonando esas canciones,
esos diálogos imposibles.

Con el árbol, con el mar, con el dedo.




PD: La foto me permiti sacarla de la pagina de mi amigo Felipe Sáez, cuya pasión por la fotografía hace del ver un arte, les pongo el link para que lo visiten http://zweit.deviantart.com/

05 julio, 2009

La historia de cualquier vida en el desorden del tiempo

Ni si quiera lo pensé y ya estoy escribiendo lo que ahora mismo estoy escribiendo. Solo sale, rápido, en tropel, como si mis manos se movieran y solo escribiera por el gusto que produce en mis oídos el tecleo de mi máquina de escribir, como si tocara piano, en realidad estoy tocando piano (ahora caigo en cuenta de que estaba pensando en esto y no en el sonido que me atrajo artificioso, lumínico, con colores fluorescentes y formas psicodélicas, otra vez me fui, y vuelvo nuevamente) y vuelo a veces incoherente y otras no, es que si me dicen, tienes diez minutos para escribir algo, bueno, solo son diez minutos para escribir algo… y no tengo más, y en eso estoy.
Sería justo si me digieran tienes sesenta años para vivir, o veinte, da lo mismo, porque lo justo sería que así como me obligan a escribir algo en 10 minutos sabiendo que este suplicio, esta carrera de comer más completos gigantes en la esquina o quién toma más cerveza para ver quien es el más hombre, se acabaría, así mi vida tendría un fin, y ni plantaría un árbol ni escribiría un libro, ni más cerveza tampoco, solo esperaría.

Un viaje, así parte la historia, vamos caminando por el terremoto de piedras que saltan por todas partes, menos por esa parte que es a la que no quiero llegar y dilato, contraigo dilato, vamos, se puede, puja puja, llego. Y parto, porque así es el viaje, continuo la marcha, pero quiero volar un rato, salir de acá.

Así que lo único que te interesaba era verme escribir, vouyerista de mierda, tú ahí sentada y yo sin poder parar porque de lo contrario me disparas primero en los pies, luego en las manos, y de ahí me dejas desangrar otros diez minutos. ¿Qué más quieres que te diga?, torturadora de mierda, como te importa poco lo que diga y a mí también porque temo por mi vida, puedo hacer esto: xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxx xxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxxxxxx.
En ese tiempo pensaba, solo pensaba. Mi corazón era una semilla en espera de algo que lo hiciera florecer. Mi mente divagaba entre cuentos que creaba y destruía sin siquiera escribirlos, que eran solo el producto de un aburrido viaje en mi auto, o una aburrida conversación sobre cualquier cosa que no me interesara. Cuentos que memorizaba obsesivamente, frase por frase, con el único afán de crear algo pasajero, finalmente era uno, estoy de paso.

No resisto el olor rancio de esta pieza oscura, ni siquiera puedo ver tu rostro, me da asco tu máscara de cuero sádica, y me quedan tres minutos, o me entrego a la muerte cierta, o lucho hasta el fin, al menos se cuándo me voy a morir, ventaja que no todos tienen, pero habría preferido morir junto a mi esposa y mis hijos, a que se enteraran de mi muerte por el periódico y no sabrán lo que me tocó vivir. Si al menos esto que escribiera lo pudiesen leer, lucharía y mis dos minutos tendrían un sentido. Les diría cuánto los amo, que no fue mi culpa, que no se como llegue a estar donde estoy, que la conocí en un bar y me atrajo, me invito un trago, me dieron ganas de vomitar, el pasillo, el baño la gente que me miraba y pensaba que estaba ebrio, y de ahí esta pieza oscura. ¿Cómo se que me queda un minuto?, porque tu voz es dulce, creo que la he escuchado en alguna otra parte…
Ahora recuerdo que una vez andando en micro, se me ocurrió la idea de observar todos los días un mismo árbol, y cada día que pasaba miraba una hoja distinta, pensando en que con el paso del tiempo vería el árbol completo, en detalle y en extenso. Lo ridículo y lo imposible se enredaban en los laberintos de mi mente. El árbol crecía y la micro pasaba demasiado rápido, siempre y cuando no parara en la esquina de ese árbol, donde precisamente te conocí. No era el árbol lo que diariamente buscaba. Ahora se quién eres.